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SOBRE DIOS, LA BELLEZA Y EL SIGNIFICADO

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En este ensayo reflexivo, exploramos la relación entre Dios, la belleza y el significado. Aprende cómo apreciar la belleza puede ser una puerta a lo trascendente y cómo comprender mejor el mundo profundiza nuestro sentido de propósito y significado. No te pierdas este sugerente artículo sobre la fe y la estética.

Esta pequeña reflexión la escribí hace más de dos años, sobre Dios, la belleza y el significado:

Me impulsaron fuera del útero, de una paz perfecta y una existencia fluida a un caos absoluto, para luego encontrar el equilibrio entre el latido del corazón de mi madre y todo lo demás. Mis ojos comenzaron a abrirse lentamente y a reclamar este mundo pieza por pieza para construir el mío propio. Nací en una familia divina, cuyos poderes divinos asumí gradualmente, al ver con mis propios ojos, caminar con mis propias piernas y alimentarme por mí misma. Podía sustentarme como solo los padres divinos podían brindarle a mi yo recién nacido.

La cosa es que, a medida que crecía, cada año pensaba: «Aquí está mi yo original, casi tan inteligente e independiente como mis padres». Con la pérdida de mis padres de sus vestidos regio, el mundo empezaría a perder de golpe su divino esplendor. Creía que crecería y que no quedaría nada por desarrollar: una dentadura completa, un buen vocabulario, una corteza prefrontal bien formada; que algún día mi cuerpo terminaría de desarrollarse. Creía que dejaría de crecer como parecían hacerlo los adultos y que el día en que terminara sería el día en que el mundo perdería su último vestigio de magia, pues todo se desvanecería en el aire, como una niebla, dispersada por el calor del sol. Los adultos parecían haber crecido, pues conocían todas las respuestas, incluso a las preguntas más importantes, como por qué estamos aquí, si existe Dios o qué ocurre después de la muerte. Elegían sus opciones de entre los hechos y las guardaban en un cajón como prueba de que habían terminado el viaje y llegado al destino que habían elegido. Me asustaba el mundo que se explica por sí solo, dominado por la ciencia y la tecnología, donde si algo existe fuera de la caja, solo está ahí porque la caja, en constante expansión, aún no lo ha devorado. Todo lo que está fuera de nuestro alcance solo es así porque carecemos de la tecnología, del hechizo mágico que ya ha aniquilado la mayoría de nuestros mitos y deidades, todo aquello dentro de nosotros que solía mirar hacia las estrellas y ver ojos que nos devolvían la mirada.

No quiero dejar de crecer, no he terminado con las respuestas, mi Dios sigue estando arriba y es más grande que cualquier caja que pueda contener, más grande que yo jamás podría contener, y eso está bien. No es que nunca pueda encontrarlo, sino todo lo contrario: encontraré un poco de él cada día por el resto de mi vida, en el arte, la historia, los símbolos, la naturaleza, la filosofía, la ciencia y en la misma gente que conozco. Cuanto más aprendo sobre el mundo y los patrones que lo recubren, más lo veo, más esta vida y este mundo se revelan como poesía, donde cada palabra forma parte del todo y fluye en él como las notas musicales se funden en una melodía. Esta poesía es brillante y trágica, con fluctuaciones, feroz y serena como una sinfonía, una gran obra maestra que nos impacienta escuchar mientras vivimos nuestras vidas atascadas en una sola cuerda. Es fácil y reconfortante al principio, pero cansina, sin vida y exasperante después. Así como la naturaleza no está hecha de un solo color ni el hombre de una sola emoción, el mundo no está hecho de una sola capa, de lo físico y tangible, de lo medible. Si puedes percibir la belleza, ya es una puerta a lo trascendente; cuanto más la estudias, más crece dentro de ti y a tu alrededor, como si todo comenzara a brillar desde dentro. Una escultura no es solo una elegante pieza de mármol, una canción; no es solo un sonido, sino una historia de pasión, sufrimiento, excelencia y amor, y de todas las partes más profundas de ti que, aunque enjauladas en la racionalidad, aún miran al cielo, buscando esos ojos que te devuelven la mirada. ¡A ti!

Cuanto más aprendo, más me estiro hacia arriba, buscando algo, o mejor dicho, a alguien superior a mí, que me muestre cuánto me queda por crecer y por descubrir. Llevo 27 años en esta tierra y, gracias a Dios, el mundo no ha hecho más que crecer, y con él, su significado.